La oscuridad reduce nuestras piernas a babosas
mientras intentamos emprender el camino de vuelta
desde el río. Una larga conversación
para celebrar cosmologías
de bosque, musgo, helecho y rápida
y limpia trucha. Pre-copernicanas, nuestras palabras
dicen que hemos observado al sol
ponerse. Cuán poco comprendemos
el uno del otro, incluso aquí, juntos como gemelos
moviéndose en el saco embriónico, noche,
donde sólo se oye latir al corazón más grande.
Dicen que la oscuridad es romántica
y que los apasionados son propensos a ahogarse.
Puedes observar al aire adensarse
como si la ausencia de luz
hiciera a las moléculas estrechar
su abrazo, hacerse líquidas.
El lánguido movimiento de nuestros miembros
como un caminar a través del agua,
cuál si nos hubiésemos perdido
precipitándonos de vuelta al río.
Nos esforzamos por ver y nuestra visión
tiene la textura granulada del vídeo.
La noche fue hecha para escuchar.
Porque el sonido ondula,
nuestras orejas poseen forma de concha.
Una oreja, desmembrada, es un extraño regalo,
la misma estructura básica que un tiburón:
cartílago y carne,
llena de biografías,
partes mutiladas.
Seguimos lentamente y necesitamos tiempo.
Trato de asir la mano de este hombre por qué necesidad,
cual una luz de flash en la oscuridad.
Sus pantalones blancos, piernas de la luna,
nos ayudan a encontrar el camino.
En la plenitud de luz lunar
somos esa delgada línea negra
que el río expulsa:
el canal digestivo de una gamba.
Habiendo vivido tanto tiempo con agallas,
regresamos a nuestros lechos, una raza peculiar.
Pronto el sol se levantará igual que ayer
y la atmósfera adoptará su habitual
estado gaseoso, sólo la hierba estará algo mojada
de una noche bajo el agua.
Mary di Michele, incluido en Antología de la poesía anglocanadiense contemporánea (Los libros de la frontera, Barcelona, 1985, selec. y trad. de Bernd Dietz).
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