La madurez es todo; en su frío planeta
venérala; no la consideres acabada.
No le proyectes proyectiles, planees ni guarnezcas;
los dioses a su vez se enfrían, junto a un sol perdurado.
Nuestra tierra sola sin nombre de dioses
tampoco da pie de un salto a ayudarla;
al aterrizar rompiérase un palacio y raro hiciera;
las abejas pican lo que necesitan, el invasor de la reina del custodio.
No, al telescopio; observa bien la tierra;
vigila mientras su ritual está quieto y visible,
quietos se alzan sus templos vaciándose en la arena
cuyas olas abatieron su desmigada tracería.
Quietos, infrecuentados, sobre el fondo de su alma;
mucho detalle social cuyo sucesor se marchita
ingenio sólo usado para la casa y el “bridge”,
y, trágico fervor, despedir a las sirvientas.
A su precesión los años no la sacan de quicio,
una brújula lee segura de su polo;
confiada, no encuentra confines en su esfera,
cuyas cosechas malas están en su dominio.
Cuanto más lejos de mí llenan mi noche las estrellas,
extrañadas de que también sea inaccesible
ella, que comparte mi sol. El la escuda
de la vista y sólo en la penumbra aparece visible.
William Empson, incluido en Antología de poetas ingleses modernos (Editorial Gredos, Madrid, 1963, trad. de Aquilino Duque).
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