camaradas venideros!
Registrando
la porquería petrificada
de hoy,
estudiando
las tinieblas de nuestros días,
vosotros,
probablemente,
preguntaréis también por mí.
Y probablemente
dirá
vuestro profesor,
encubriendo en erudición
el enjambre de las cuestiones,
que vivía una vez uno
que cantaba al agua hervida
y era enemigo encarnizado de la cruda.
¡Profesor,
quítese las gafas-bicicleta!
Yo mismo hablaré
sobre el tiempo
y sobre mí.
Yo, portador de boñigas
y aguador,
por la revolución
movilizado, llamado,
fui al frente
desde los jardines señoriales
de la poesía,
mujerona caprichosa.
Ella hizo un agradable jardincito
—la hijita,
la casita,
la fuente,
el palomar—.
“Yo misma hice mi jardincito amable,
yo misma lo voy a regar.”
Algunos echan los versos con regadera,
otros los pulverizan, escupiéndolos,
bien peinados,
bien rizados,
¡quién diablos puede entenderlos!
Para esta canalla no hay cuarentena,
mandolinean detrás de la pared:
“Tarantena, tarantena,
te-en...”
No sería un gran honor
si entre tales rosas
se irguiesen mis estatuas
en bulevares
donde tose la tuberculosis,
donde pasea la... con el bandido
y la sífilis.
Yo también,
de propaganda
harto estoy ya
y bien sería para mí
garrapatear
romances para vosotros.
Sería más productivo
y más agradable.
Pero yo mismo
me contuve
poniendo el pie
en la garganta
de mi propia canción.
¡Oíd,
camaradas venideros,
al propagandista,
al vocinglero-jefe!
Acallando el rumor
de los torrentes de la poesía,
pasaré por encima
de los tomitos líricos,
como vivo
hablando con los vivos.
Yo
llegaré hasta vosotros,
a la comunista lejanía,
no como
el lírico héroe al estilo de Yesenin.
Mi verso llegará
a través del lomo de los siglos
y a través de las cabezas
de los poetas y gobiernos.
Mi verso llegará,
pero nunca del modo
cual la flecha
llega en la cacería de liras y de amores,
nunca como llega
al numismático la borrosa moneda,
o como la luz de las estrellas muertas.
Mi verso
de trabajo,
la mole romperá de los años
y llegará,
denso,
rudo,
visible,
igual que a nuestros días
llegó el acueducto
hecho
ya por los siervos de Roma.
En los túmulos de los libros,
donde el verso está enterrado,
cuando encontréis por azar los trozos de hierro de un verso
mío, vosotros,
con estima callada,
tocadlo
como una vieja
pero temible arma.
Yo,
el oído
con la palabra
no acostumbro a mimar.
La orejita de una muchacha
bajo un rizo de pelo,
no podrá sonrojarse con ellas,
cual si fuesen palabras algo obscenas.
Desplegando en desfile
los ejércitos de mis páginas,
yo paso por el frente de mis versos.
Firmes están
con pesadez de plomo,
prestos a morir
y prestos a la gloria inmortal.
Los poemas están inmóviles
apretando uno con otro los cañones
de los títulos apuntados
y prestos al disparo.
El arma preferida
—la caballería
de las agudezas—
presta está
a lanzarse al grito de ¡hurra!,
levantando de las rimas
las lanzas puntiagudas.
Y todos
estos ejércitos armados hasta los dientes,
que pasarán a través de veinte años de victorias,
te los entrego
yo, poeta,
hasta la última hoja,
a ti,
proletario
del planeta.
El enemigo
de la mole-clase obrera
es también mi encarnizado enemigo
desde hace mucho tiempo.
Abríamos de Marx
cada tomo
como en la casa
propia
los postigos;
pero sin libros,
nosotros comprendíamos
a qué bando ir
y en qué bando luchar.
Nosotros,
la dialéctica
aprendíamos no en Hegel;
en el fragor de los combates
ella irrumpía en el verso
cuando, bajo las balas,
los burgueses huían de nosotros,
como nosotros,
hace tiempo,
huíamos de ellos.
Dejad
que detrás de los genios,
como viuda inconsolable,
la gloria se arrastre
tras el cortejo fúnebre.
¡Muere tú, verso mío,
muere como el soldado de filas,
como nuestros soldados desconocidos
morían en los asaltos!
No me importa
el peso de muchas arrobas de bronce
no me importa
el fango del mármol;
ya arreglaré mis cuentas con la gloria;
somos amigos íntimos.
Que nos sirva
de común monumento
el socialismo
construido en los combates.
¡Generaciones venideras,
comprobad los flotadores
de las cañas de pescar de los diccionarios!
Del Leteo
saldrán a flote
restos de palabras tales
como “prostitución”,
“tuberculosis”,
“bloqueo”.
Para vosotros,
que sois sanos y ágiles,
el poeta lamía
los esputos de tisis
con la lengua áspera de los carteles.
En el fuego de los años,
yo me he de convertir en algo semejante
a los monstruos antediluvianos con cola.
¡Camarada vida,
vamos
a caminar más rápidos,
a caminar
sobre los años del quinquenio
el resto de nuestros días!
A mí,
ni siquiera un rublo
me han dado los versos.
Los ebanistas
no me enviaban los muebles a casa.
Y además
de la camisa bien lavada,
sinceramente digo,
no necesito nada.
Al llegar
al Comité Central
de los venideros,
luminosos años,
por encima de la banda
de especuladores y bandidos poéticos,
yo alzaré
como carnet del Partido Bolchevique,
todos los cien tomos
de mis
libros de Partido.
Vladímir Mayakovski, incluido en Antología de la poesía soviética (Ediciones Júcar, Madrid, 1974, trad. de Inna Tiniánova y César M. Arconada).
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Terrible!!! Enorme!!!
ResponderEliminarNiño terrible.
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