Ya el rápido Sirio que tuesta a los indios sedientos
ardía en el cielo, y el sol de fuego había terminado
la mitad de su curso; resecas estaban las hierbas,
y los ardientes rayos hacían hervir los profundos
ríos de fauces secas, calientes hasta el légamo,
cuando Proteo, desde las olas, se encaminó a la gruta
acostumbrada; en torno a él, el pueblo húmedo del gran mar
saltaba y esparcía a lo lejos un amargo rocío.
Distanciadas, las focas se tienden a dormir en la ribera;
y Proteo, como un pastor silvestre, cuando Véspero
conduce a los becerros desde los pastos al establo,
mientras excitan a los lobos los corderos con sus balidos,
se sienta en una peña y cuenta su ganado.
Cuando Aristeo vio que el anciano estiraba
sus fatigados miembros, vencido por el sueño,
creyó llegada la ocasión y, lanzando un gran grito,
se arrojó sobre el que yacía, sujetándolo con esposas.
Virgilio en Georgicon IV, incluido en Antología de la poesía latina (Alianza Editorial, Madrid, 2010, selec. y trad. de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar).
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Me resulta muy bien, amigo. Gracias por compartírnoslo.
ResponderEliminarAbrazos
Es vibrante.
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