mi generoso Pegaso,
que siempre tan diligente
acudes cuando te llamo.
Desgracia si así no fuera,
pues tendría que ir andando.
Sólo rarísimas veces
sueles decir por lo bajo:
“Espera, dueñita mía,
vamos a hacer un descanso,
que la pesada montura
el pecho me ha fatigado.
Si no, confundo el camino
y no sé a qué sitio salgo.
Al trepar por cuestas pinas
los cascos me he lastimado”.
Entrañable amigo mío,
mi fiel, mi noble Pegaso,
no hay valladar en el mundo
que no puedas remontarlo.
Tu velocidad notoria
ejemplo es de caballos.
Venga, probemos de nuevo
a saltar aquel obstáculo...
Pero hay que pensar, amigo
—queramos o no queramos—,
que llegará al fin el día
del retiro y el descanso.
Dejando el modesto albergue
y nuestros humildes bártulos,
salvaremos la hoya última,
el último gran peñasco.
Cruzaremos la meseta,
rica de ríos y prados,
y allí podremos vivir
de sosiego saturados.
Es un hermoso paisaje,
refugio de los cansados.
Viviremos sin premuras,
el alma sin sobresaltos.
Te molestaré muy poco,
para pasear un rato.
Pero del fondo del bosque,
a nuestro albergue ha llegado
un sonido, una llamada,
y tú en seguida a mi lado.
“De prisa, dueñita. El sol
se pone. El camino es largo.
Tenemos que ir al galope”.
Y otra vez, como en los años
mozos, a saltar barreras.
Nos ilumina el ocaso
con ambarinos destellos...
En tanto, mi fiel Pegaso,
arda esta luz vespertina,
no sabremos del descanso,
inseparables seremos.
Otra vez el mismo atajo,
otra vez el mismo albergue,
de alegrías harto escaso.
Y así hasta que la tumba
nos acoja en su regazo.
Vera Inber, incluido en Antología de la poesía soviética (Ediciones Júcar, Madrid, 1974, versión de José Santacreu).
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pueril diálogo...
ResponderEliminarSí, mientras pasa y pesa la gravedad de la vida. La infancia como refugio imposible.
Eliminarmuy bello el poema gracias.
ResponderEliminarDe nada, me alegro de que te haya gustado.
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