Un rumor increíble nos llega en ese punto al oído:
que Heleno, hijo de Príamo, señoreaba ciudades griegas,
poseedor de la esposa del eácida Pirro y de su cetro,
y que Andrómaca había pasado de nuevo a un marido
troyano. Me quedo atónito y se me enciende el pecho
con un extraordinario deseo de hablar con aquel hombre
y conocer sucesos tan insólitos. Salgo del puerto,
alejándome de la escuadra y de la ribera.
En un bosque sagrado delante de la ciudad,
a orillas de la onda de un falso Simunte,
Andrómaca ofrecía viandas solemnes y sombríos dones
a la ceniza de Héctor, e invocaba a sus Manes
junto a la tumba que, vacía, había levantado,
y consagrado aras gemelas, para poder llorarlo.
Al darse cuenta de mi llegada y ver armas troyanas
alrededor, fuera de sí, aterrada por tan raro prodigio,
se quedó yerta, con los ojos fijos, sin calor
en los huesos. Se desplomó y, tan sólo después
de un tiempo prolongado, acertó a balbucir:
«¿Es de verdad tu rostro? ¿Eres tú de verdad,
mensajero que ante mí llegas, hijo de diosa?
¿Estás vivo? O, si la luz nutricia te abandonó,
¿dónde está Héctor?» Dijo, y derramó lágrimas
y llenó todo aquel lugar con sus gemidos.
No sabía qué decir yo, turbado como estaba,
a la que tanto había sufrido, y, con entrecortada
voz, respondí: «Estoy vivo, sí, aunque mi vida
no haya sido más que una serie de desastres.
Es, no lo dudes, de verdad lo que estás viendo.
¡Ay! ¿Qué suerte tuviste que soportar, privada
de tan gran marido? ¿O qué fortuna lo bastante digna
de ti te visitó, Andrómaca de Héctor? ¿Eres aún
la esposa de Pirro?» Bajó los ojos y habló así,
con apagada voz: «¡Oh feliz sobre todas las otras
la hija de Príamo, que sobre sepulcro enemigo
y bajo las altas murallas de Troya fue condenada
a morir! Y no tuvo que padecer ningún sorteo
vergonzoso, ni, cautiva, rozó el lecho de su amo
vencedor. Pero yo, en llamas mi querida patria,
arrastrada por mares diversos, dando a luz
en esclavitud, tuve que sufrir el orgullo
del joven e insolente hijo de Aquiles,
quien, luego, interesado en Hermíone
y en un himeneo lacedemonio, me dio esclava
al esclavo Heleno, para que me poseyera.
Pero, inflamado en su inmenso amor por la esposa
raptada y aguijado por las Furias de sus crímenes,
Orestes lo cogió desprevenido y lo degolló
junto a las aras paternas. Al morir Neoptólemo,
una parte de su reino pasó a Heleno,
quien a aquellos campos llamó, del troyano Caón,
caonios, y Caonia al país entero, y en lo más alto
levantó los cimientos de una Pérgamo nueva.
Pero a ti, ¿qué rumbo te han dado los vientos
y el destino? ¿O qué dios, sin saberlo tú,
te ha traído a nuestras orillas? ¿Qué es del niño
Ascanio? ¿Vive? ¿Respira todavía? Te nació
cuando Troya... Tan pequeño como es, ¿le duele
haber perdido a su madre? ¿O a la virtud antigua
y al corazón heroico ya lo encaminan su padre
Eneas y su tío Héctor?» Esto dijo llorando,
y se abismaba en un largo torrente de estéril llanto
cuando el hijo de Príamo, el héroe Heleno,
salió de la ciudad con numeroso acompañamiento:
reconoce a los suyos y los invita alegre a palacio,
y mezcla sus palabras con abundantes lágrimas.
Virgilio en Aeneidos III, incluido en Antología de la poesía latina (Alianza Editorial, Madrid, 2010, selec. y trad. de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar).
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