Se desliza contra el musgo del guijarro mientras el día parpadea a través de los postigos. Una gota de agua podría ser su tocado, dos ramitas su ropa. Alma que pena por un pedazo de tierra y un bancal de boj, es, al mismo tiempo, el diente maldito e inclinado. Su oponente, su adversario, es el alba que, tras haber palpado el cubrecama y sonreído a la mano del durmiente, deja caer su horca y huye al techo del cuarto. El sol, que llega después, lo engalana con labio goloso.
El viborezno seguirá frío hasta la muerte numerosa, pues que, por no ser de ninguna parroquia, pasa por asesino ante todas.
René Char en La palabra en archipiélago (1952-1960) (Ediciones Hiperión, Madrid, 1996, trad. de Jorge Riechmann).
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El viborezno no debía tener muchos amigos cuando ni en las parroquias lo aceptaban. Sería seguramente de lo malo lo peor.
ResponderEliminarSaludos.
Pues sí, la verdad, jajajajaja.
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