En lo alto de la quebrada
pasta un burro. Sus grandes dientes amarillos
trituran la hierba seca que quedó
de tanta primavera.
La tierra es oscura. En el cielo enteramente azul
el sol lanza los fulgores que maduran
tomates, alcachofas y berenjenas.
El burro contempla el día trémulo
de tanta claridad
y emite un rebuzno, su tributo
a la belleza del universo.
Lêdo Ivo en La noche misteriosa (1982), incluido en Las islas inacabadas (UAM, Ciudad de México, 1985, trad. de Maricela Terán).
Otros poemas de Lêdo Ivo
Pincha para ver la lista de poemas incluidos en el blog
Toca aquí para ir al Catálogo de poemas
Me gustó el poema.
ResponderEliminarIvo siempre tan pictórico. Bello poema sí. Un abrazo.
ResponderEliminarLLAMAN BUCHE CORUCHESCO
ResponderEliminarA Juan Ramón, en el centenario de Platero.
Llaman buche coruchesco
a un burro recién nacido,
y es igualmente admitido
que el Platero ramonesco.
Del Juan Ramón plateresco
el libro estaba en la escuela
de Cenicientos abuela,
y en voz alta yo una tarde,
cuando el sol declina y no arde,
te lo leí en la Plazuela.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
LA BURRITA FEDERICA
ResponderEliminarLa burrita Federica
pasta por una pradera,
cuajada por la aljonjera
que su peso multiplica.
Pero su comida rica
como llovida del cielo,
es ponerla como anzuelo
para mantenerla atenta
y rebuznando contenta
el dulce de un caramelo.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
A MI BORRICO APAREJO
ResponderEliminarA mi borrico aparejo,
poniéndole los lomillos
la enjalma en los solomillos
y cualquier otro trebejo.
El ataharre y la cincha
encajado su ramal,
y no siendo un carcamal
alegremente relincha.
Nos partimos volanderos
a por la pasera de higos,
como dos buenos amigos
amantes de los luceros.
La pasera en un majano
destila azúcar y miel
sobre el majano doncel,
que nos coge muy cercano.
Al borriquillo lo trabo
durante pocos minutos
que transcurren resolutos,
hasta que en breve destrabo.
Con higos cargo el serón
y regreso con la carga,
y a los higos los aguarda
lleno de harina un cajón.
Desaparejo al borrico
y alegremente rebuzna,
y se agita y se espeluzna
con el agua en el hocico.
Y en la cuadra ya descansa
con la paja y la cebada,
lleva vida regalada
y ya dormido se amansa.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
Gracias por tus poemas. Genial la amplia utilización de vocabulario.
EliminarCANCIONCILLA CORUCHA
ResponderEliminarBorriquillo coruchero
va con su carga de leña,
y mientras camina sueña
un pesebre cebadero.
Colmado de agua el barreño,
cama de paja mullida
y borriquita nacida
para completar su sueño.
Y cumplida la coyunda
va a nacer un borriquito,
corucho, alegre y bonito,
pues aquí guapura abunda.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
DOS CORUCHILLOS MONTADOS
ResponderEliminarDos coruchillos montados
a lomos de un burro entero
es decir, sin capadero,
se vieron descabalgados.
Los efluvios emanados
por una burrilla en celo
originó tal revuelo
que con el príapo tieso
el asno tiró exprofeso
los coruchillos al suelo.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
ANTIGUA ESTAMPA DE CENICIENTOS
ResponderEliminarVed a Domingo montado
a lomos de su borrico,
dichoso se siente y rico
de vuelta con su ganado.
La mula por su costado
a sus plantas viene el perro,
la oliva nos tapa el cerro
y él se encamina a su casa,
donde al calor de la brasa
cena aguarda en dulce encierro.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
LA HUIDA A EGIPTO
ResponderEliminarA José Saramago
El ángel se apareció
a José estando dormido,
le despertó y de seguido
al borrico aparejó.
A nadie más avisó
a Egipto el trío se fue,
dos montados y uno a pie,
y a desasistidos niños
dejaron sin más aliños
María el niño y José.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho
LA TÍA RAIMUNDA
ResponderEliminarPor la Plazuela pasaba
y el borrico la precede,
y en el pescuezo colgaba
una esquila que sonaba
en la cuadra a la que accede.
Siempre triste y enlutada
y silenciosa se mueve
cuando va en la madrugada
con atavíos de helada
y el frío no se conmueve.
Por los pueblos del contorno
vendía su pacotilla,
y en su cansado retorno
era siempre en el entorno
ver al marido en la silla.
Paralítico impedido
de ejercer ningún trabajo,
se hallaba siempre invadido
de un furor incontenido
que practicaba a destajo.
Y ella le montó un negocio
para poder mantenerse,
y sin saber que era el ocio
años de pobreza y bocio
él comenzó a rehacerse.
Pipas, chicles, caramelos,
vendía el hombre a la puerta
y vivía unos desvelos
y entre muchachos consuelos
siempre con la puerta abierta.
Para acceder a la casa
había previo un corral
y un perrito que acompasa,
y la vida se la pasa
a la sombra de un parral.
De muchachos gran trasiego
con perras en el bolsillo
llevar a veces sosiego
y las más desasosiego
si nos daba el tabardillo.
Y mientras tanto Raimunda
va por caminos de Dios
con su tristeza profunda
y en lo triste la secunda
su borrico que va en pos.
¡Almas que venís al mundo
marcadas por un estigma
donde un misterio profundo
os marca un paso infecundo
como prueba del enigma!
Y aquella mujer tan buena
bajó en silencio a la tumba
sin hijos en la cadena,
y su recuerdo me apena
y en olvido no sucumba.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho