Pero morir es viajar,
morir es trascender
Quisiera que mi vida
se cayera en la muerte
como este chorro alto de agua bella.
Ciertamente es extraño no habitar ya
en la tierra.
Rainer María Rilke
Si vivimos despidiéndonos siempre
Rainer María Rilke
La muerte era distinta, como una pausa honda;
pero una sonrisa, la sonrisa de Dios
se cuajaba en el aire y siempre había flores
-zempásuchil, gardenias-,
o, tal vez un silencio de eco diferente.
¿Quién sabía dictarles la palabra y el gesto,
el modo de mirar, de callar, de ocultarse
y ese don de escoger el rezo necesario?
Juntas y separadas como estrellas que alumbran
la noche y sus rumores, caminan nuestras muertes
las de entonces aún y las de hoy, gemelas.
Muerte: telón de fondo de una vida posible,
jardín de Alá sembrado para sueños diurnos,
vivero de un amor que no morirá nunca,
solsticio de un verano que la nieve no apaga.
El "muertito" aún conserva la malicia incipiente
del que quiere frustrar la picardía ajena,
mientras la más "amiga" de todas las amigas,
reparte entre los grupos el café con piquete.
La atmósfera se corta de humos y de olores;
alguien llora quedito y otros gritan sus lágrimas.
Pero morir no es esa cosa terrible
de la que se huye siempre con los ojos cerrados.
La muerte huele a dulce, a panal de colmena.
¿Dónde hay otra isla que sea un cirio vivo
como este Janitzio de todos los noviembres?
Ante cada enlutada la víbora de cera
chisporrotea y arde en la única noche.
Y esa muerte que vive se nos despena toda
con suavidad de madre y colores de fiesta.
Ya no la encontrarás en ningún otro sitio.
Es la muerte de allí bebida y sonreída.
Ernestina de Champourcin en Huyeron todas las islas (1988) (Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga 1997).
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