Aquella tarde caminamos
muchas cosas de Dios. Llovía
en el monte lejano y yo pensaba
que nuestra tierra seca
debiera estar por dentro
igual que mis mejillas
cuando tus ojos lloran.
¡Qué deseo de amar! En la tarde
todo estaba dispuesto. El aire
para ofrecerse a todos, el sol
para probarnos la impaciencia
tus ojos tristes para recordar
que hay fe... De pronto
nos miramos y...
te fui besando. Nos entró por el pecho
a saco el día, una flor,
el vuelo de las nubes. No
sabían las rosas
de nuestro sentimiento porque ellas
no saben más que dar su aroma
y su belleza. Pero se les notaba
tu semblante. ¿Cómo iba a vivir
ya sin tu voz? Te quería
menos por tu tristeza
que por la vida que ella me enseñaba.
Pero bien que te amaba. Lo sabrás
ahora, y no porque lo diga,
sino porque tu pecho está turbado
al oír lo de entonces.
Aquella tarde caminamos
y mucho dijo Dios de la Creación
con tu paso menudo.
Tú estabas sorprendida
de tanta soledad. Pero no te asustaba
aquel silencio -que era muy dulce
y serio- sino el saber
que tendría su fin.
Con la pena del niño
que se pone enfermo un día
de fiesta, regresamos unidos
-Inseparables, graves como labios-,
tú, yo, la vida, tantas cosas
que suenan en los pasos -desmedradas,
vencidas e imprecisas-
de forma diferente a como suenan
en el recuerdo o en el corazón.
Antonio Hernández Ramírez, incluido en Palabra y misterio. 31 poetas frente a Dios (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2003, ed. de Juan Polo Laso).
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