la dignidad. Es un lugar que te deja saber por qué la Biblia es como es:
la gente orgullosa no puede vivir aquí.
Es un terreno demasiado plano. Feo hosco y grande machaca a los hombres más allá de la
humildad. Se
doblegan a los 35 probablemente encogidos por el cielo pesado y terrible. En un territorio como
éste no
puede haber otro Dios más que Yahveh.
En las fábricas y las refinerías del sur Chicago lanza un gas natural en llamas
que oscilan como mecheros en chimeneas de cien pies de altura. El hedor te acuchilla los ojos.
Todo el cielo un fondo verde y amarillo para el esqueleto acero de una ciudad bombardeada.
¿Te acuerdas de las películas de la escuela? ¿Los hombres con máscaras haciendo cosas
pesadas tras
una cortina de chispas de acero? ¿La pantalla oscura relampagueando luz y la puerta del horno
que se abre con una explosión naranja como de atardecer? ¿O una naranja?
Fotografiado por un hada, entusiasmada como una niña, o un nazi al que le encantaría que
hubiese gente
detrás de esa puerta (de ahí su remota belleza), pero Sievers, cuyo padre se pasó la mayor
parte de su vida allí,
recuerda a un "negro con camiseta roja meando en la arena oscura”.
Pasaron 5 años hasta que me pude permitir reconocer su ferocidad. Los amigos me ayudaron.
Entonces le puse
cariño a mi casa. Por fin descubrí algunos lagos tranquilos y una granja en la que me dejaban
cazar faisanes.
De pie sobre la barca una noche vi el lago aplanarse por completo. Menores que gotas de lluvia,
y sólo
aquí y allá, se podían ver anillos de peces comiendo a cientos de yardas — ¡y la Perca que cogí
esa tarde
izada de su lago del norte como si fuese tropical! Una joya en su oreja un vientre dorado tan
brillante
que jurarías que tiene dentro una luz. Su color se desvaneció con su vida. Un pequeño pez
verde...
Bien mirado, es un planeta amable y generoso, incluso aquí. Mucho más amable
aquí que en otra docena de lugares. El problema está siempre y sólo en lo que construimos
sobre él.
Nadie más a quien culpar. Ni puedes arreglarlo ni hacer que desaparezca. No ayuda apelar
a algún Tonante mal pergeñado que amenaza sobre un peñasco inimaginable...
Es nuestro. Hasta en el más pequeño de los detalles la existencia
de todo depende sola y finalmente de nuestra tolerancia.
Conduciendo de vuelta vi Chicago erguido sobre sus gases y comprendí de nuevo que no se
hizo al
hombre para enfrentarse a esta monstruociudad despiadada, sin parangón.
Resuella en la orilla de su Gran Lago como un rinoceronte, rojo, ciego.
Ya ha comenzado a destruirnos.
No puedes arreglarlo. No puedes hacer que desaparezca. No sé que vas a hacer tú
pero sí sé lo que voy a hacer yo. Yo voy a alejarme de ella. Quizás
una pequeña parte morirá si no estoy aquí alimentándola.
Lew Welch, incluido en The dharma beats (Varasek Ediciones, Madrid,2017, trad. de Andrés Fisher y Benito del Pliego).
Otros poemas de Lew Welch y textos sobre su obra
Da las gracias a su pila de leña, La canción del zopilote, Poema de Chicago, Saluda de nuevo a la carretera
*Artículo de Francisco Cenamor sobre la Generación beat
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