Funden tallan dan forma a la arena la vuelven una mujer como una gota abierta o una barca que pesa menos que el aire de sus pulmones.
Saben que el fuego no es metáfora de una vida profunda duele y arde los huesos en transparencias. El fuego cuando toca la piel no forma islas sino un mar que repliega sus agujas en la raíz de la lengua.
Esta labor de pulir la tristeza contra un mineral de enfriar el fuego hasta encontrar la paciencia del agua es una magia que los vidrieros aprenden en el brillo y la escama mineral de algunos peces.
Los hombres que trabajan el vidrio son los verdaderos ladrones del fuego tarde adivinan su acertijo los reflejos que dejan los cristales son un azul más vasto que el cerco de las llamas:
El fuego es una lenta máquina que consume
y evoca su propia dicha
el hombre es una mano el fuego su lenguaje
el cristal habla a través del aire duerme
un sueño de hielo
aquel que trabaja el fuego debe amar el fuego
y al vidrio como a una mujer.
La verdad el fuego hunde en la bruma las cosas que soñamos.
Por la noche los vidrieros se reúnen junto a los hornos del taller y ante una lámpara de aceite planean su exilio y mueren bajo un puente o al salir de casa.
Todo lo que una vez ardió es arrojado al agua que puede quebrar el rojo vivo de los cristales. La muerte entre llamas la muerte a orillas de un mar que no se apaga es la menos solitaria de las muertes.
Los sopladores de vidrio de Murano tienen una tristeza azul en la llaga de las manos.
Alguno trabaja descuidadamente los cristales y es la única venganza de aquellos que odian y preguntan la amorosa orfebrería que se cumple en el fuego.
Otro más los trabaja y los pule como si fueran sílabas los peces le enseñaron otra forma del mismo secreto:
sólo el poema permite imaginar cómo es salir de una isla.
Marco Antonio Murillo, incluido en Todo pende de una transparencia. Muestra de poesía mexicana reciente (Vallejo & Co., Internet, 2016, selec. de Iván Méndez González).
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