Ninguna piedra blanca nos indicaba la ruta
Donde las vencidas debilidades terminaban de morir
Íbamos más allá de los más lejanos horizontes
Con nuestros hombros y nuestras manos
Y este impulso parecido
a los destellos de insondables bóvedas
Y este hambre de durar
Y esta sed de sufrir
Asfixiándonos en el cuello
Como mil horcas
Hemos compartido nuestras sombras
Más que nuestras luces
Nos hemos mostrado
Más orgullosos de nuestras heridas
Que de las esparcidas victorias
Y de las mañanas felices
Y hemos construido de pared a pared
El negro cerco de nuestras soledades
Y estas cadenas de hierro remachadas para nuestros tobillos
Forjadas del metal más duro
Que perfecta sea la noche en que nos hundimos
Hemos destruido toda la felicidad y toda la ternura
Y nuestros gritos futuros
No tendrán más que el eco tembloroso
De los cadáveres perdidos
En los abismos de la nada.
Alain Grandbois en Poèmes (1963), incluido en Poetas franco-canadienses (Árbol de fuego, año 6, nº 63, Caracas, 1973, trad. de Isabel Paraíso de Leal).
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