los caballos pueden nadar.
“Slava” —que en ruso quiere decir “Gloria”—
es un nombre difícil de olvidar.
Con tal nombre, un orgulloso barco
se internaba, atrevido, mar adentro.
En la bodega, mil caballos,
estremecido el inocente belfo,
piafaban noche y día: sus miles de herraduras
no traerían esa vez la suerte.
Cuando, muy lejos de la tierra,
la mina abrió en la quilla un gran boquete,
los hombres se subieron a los botes,
los caballos nadaron, simplemente.
No había sitio en las balsas ni en las lanchas:
tan sólo eso podía hacerse.
Como una isla rojiza flotaron en el agua,
una isla a la deriva sobre el mar. Al principio
parecía que nadar era muy fácil,
creían que el océano era un río.
Pero ¿dónde estaban las márgenes del río?
Casi sin fuerzas ya para nadar,
relincharon de pronto, contra aquellos
que los ahogaban en el mar.
Al fin se hundieron, salpicando
el aire de relinchos y de espuma.
Eso fue todo.
... Y mi tristeza
por ellos, los caballos que nunca
galoparán ya más sobre la tierra.
Boris Slutsky, incluido en Antología de la poesía soviética (Ediciones Júcar, Madrid, 1974, trad. de Angel González).
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