Sí, estrellas de sangre en corazas de oro;
En el llamear de un incendio tropezamos...
Pero la voz se esparce como la de una trompa.
La voz del Odio: campana en el mar, falsa y acallada
Por nevada lenta. ¡Frío hondo! Y la vida, pesada,
Insulsa, coge miedo y por los muelles corre como loca
Y lejos de la campana cada vez más ronca.
La voz de la carne: gran alboroto pero muy cansado;
Gente ya bebida; el lugar quisiera mostrarse alegre;
Miradas, llamadas, y ese aire atrozmente perfumado
En que se extingue un gran alboroto muy cansado.
La voz Ajena: lejanías en la niebla; bodas
En vueltas y revueltas; mil enredos; negocios y
Ese gran circo de las civilizaciones
Al son del trote lento de violines de casorios.
Rabias y negros suspiros, pesares y tentaciones
Que tuvimos que ir soportando siempre
Mientras enmudecían los silencios honestos;
Rabias y negros suspiros, pesares y tentaciones,
¡Esas voces! Os podéis morir, ya estáis medio muertas,
Sentencias, palabras vanas, metáforas mal logradas,
Toda esa retórica que huye de los pecados,
¡Ay, voces! Os podéis morir, ya estáis medio muertas.
Ya no somos aquellos a quienes fuisteis buscando,
Morid en cuanto a nosotros, morid ante modestos anhelos
Secretos que la fuerte Palabra alimentó con dulzura.
¡Nuestro corazón no es de esos que vais buscando!
Morid en la voz que la Plegaria al cielo eleva,
Y cuya puerta tan sólo ella abre y cierra;
Ella será quien la precinte el día final,
¡Morid en la voz que la Plegaria ofrece,
Morid en la voz terrible del Amor!
Paul Verlaine en Sensatez (1881), incluido en Poesía (Visor Libros, Madrid, 1984, ed. y trad. de Jacinto Luis Guereña).
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