Bajo ramas de mirto,
junto al murmullo de la fuente,
y la canción del ruiseñor,
sobre césped suave
salpicado de flores,
en el soto oloroso,
con las ramas combadas
por el dorado fruto
y las flores de plata,
do el cielo siempre azul
y el aire siempre tibio
soplan en torno a ti...
Con un tenue vestido, la muchacha
baila danza policroma,
coge la fruta fresca,
saca agua de la fuente.
En la roca una choza
con pocas pertenencias;
reposa allí sus miembros
en un limpio camastro.
Tú expresas con miradas tu deseo
al corazón de ella, con hondura;
ella te ha comprendido
y la pasión comparte.
Nada impide los besos
en labios y mejillas;
azucenas y rosas,
capullitos y flores,
todo te pertenece.
Ligero como el viento del oeste
y, como él, juguetón,
toqueteas las flores
y pasas fugitivo
respetando a las tiernas.
¿Quién teme allí la envidia?
¿A quién tienta la gloria?
¿Se va a enfadar la madre?
Pero ella no es capaz
de ocultar la sonrisa;
pues la hija recuerda
su propia dulce culpa,
de nuevo, al corazón.
¡Mente mía, silencio! Otro país te acoge;
La montaña se eleva
entre tú y aquellos juegos...
Y te circundan, serios, estos muros,
serios preceptos y costumbres serias;
votos, testigos, clérigos,
y unión de los escudos de familia.
Innumerables cosas,
siempre extrañas al juego;
siempre extrañas a ti,
preceden al amor,
atan a la que es libre
con serias ataduras.
Así atada, ella pasa por delante de ti,
y te tiende la mano, consolándote,
y mira con nostalgia a lo lejano.
«Aquí nunca podré yo ser tu compañera»,
te dice ella a ti:
«Entre aquellas flores
jugaste conmigo,
arriba y abajo
anduve, jugando, contigo.
Mas debes encontrarme
de nuevo, seriamente,
serio y fiel;
y volver a ser mío:
¡pero déjame libre!»
Dorothea Schlegel, incluido en Antología de románticas alemanas (Ediciones Cátedra, Madrid, 1995, ed. y trad. de Federico Bermúdez-Cañete y Esther Trancón y Widemann).
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