Te has marchado, dueño mío, y Dios y los Santos van contigo.
Menta por tu camino, bálsamo por tu calle
y rosas rojas alrededor de tu cabello.
A donde vayas, dueño mío, en el país al que llegues,
si pretendes encontrar a otra muchacha, si deseas abrazarla,
si quieres suspirar con sus besos,
ella, en el caso de que sea juiciosa, te preguntará:
"¿Qué tienes, dueño mío, que suspiras profundamente?".
Yo le contestaría: "No deberías preguntármelo,
pero, puesto que me lo preguntas, te lo diré.
Dejé en Rodas a la muchacha que besé.
Luce con el sol, brilla con la luna
y anda constantemente preguntando por mí, señora mía:
¿Qué hace mi ruiseñor? ¿Qué hace mi avecilla?
¿Que hace mi ave delicada que no me recuerda?".
Te pido por favor, dueño mío, por segunda y por tercera vez,
que le digas mis excelencias, que le cuentes mi hermosura,
pero no digas nada de la locura que he cometido:
que extendí, imprudente, el lecho, que dormí, imprudente,
que te besé, imprudente, porque te amaba mucho.
Anónimo, incluido en Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
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