Mi sombra se derrama por el suelo
como una gran mancha de grasa de motor.
Deformado e inmóvil su cuerpo se dibuja;
ajena entre las luces
no sabe deshacer su oscura realidad,
su desnudez rojiza de llanto enmudecido.
Si mi sombra decido no moverse,
me quedaré con ella
leal a ese horizonte que anhelaba,
que quería alcanzar en su viaje
de cielo imaginado.
Mi sombra quiso ser el infinito,
renacer con el sol, ser luz de plata.
Hoy vive derramada por el suelo,
infeliz para siempre en su derrota,
convertida en la sangre de los coches
que envejecen conmigo.
Ana Merino en Los días gemelos (1997), incluido en Pasar la página (Ediciones Olcades, Cuenca, 2000).
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