martes, 26 de septiembre de 2017

Poema del día: "La alcantarilla de Roma", de Victor Hugo (Francia, 1802-1885)

Éste es el agujero. Y la escala. Bajad.
Y mientras a los dados juega la guardia enfrente,
riéndose en la cara de las hoscas matronas;
dejad al pregonero ensordecer las calles,
proclamando que el dacio y el númida amenazan,
y reunidos en grupo junto a los tenderetes,
al que vende sandalias y a la que ofrece hierbas,
intercambiar proverbios de la Minerva etrusca; bajad.

          En un lugar monstruoso os halláis,
lodazal infernal con porches tortuosos,
y donde entre los muros leprosos y las pústulas
andan los escorpiones junto con las tarántulas.
¡Triste abismo!

                        Encima de este techo fangoso,
en el cielo, en el circo inmenso y con sus juegos,
por las piedras sabinas, las losas centenarias,
ruedan carros y ruidos, vientos y tempestades;
el pueblo ruge y ríe en el foro sagrado;
en el puerto de Ostia el barco está amarrado,
brilla el arco triunfal, y en el mojón agrario,
desnudos y divinos, maman Remo y su hermano
Rómulo, dos lobatos de la loba de bronce;
el río Tíber vierte cerca sus aguas calmas,
y la vaca rojiza viene a beber; los búfalos
dejan por sus hocicos caer el agua de plata.

El pasadizo horrible se extiende alrededor;
abre en algunos sitios debajo del viandante
tragaluces infectos que la cerda olfatea;
esta cueva se vuelve un río con las lluvias;
al mediodía al borde del tragaluz bermejo,
los barrotes de hierro cortan el sol que entra,
y al lomo de las cebras el muro se asemeja;
lo demás son miasmas, oscuridad, tinieblas.
El suelo, como donde viven los asesinos,
parece ensangrentado: la piedra suda espanto;
el olvido, la peste y la noche aquí trabajan.
La rata con el topo tropieza; las culebras
serpentean en el muro como negros relámpagos;
harapos y cascotes, bases de pilar verdes,
reptiles que han dejado restos de su saliva,
una tela de araña agarrada a la viga,
charcos en los rincones, espejos espantosos,
donde nadan ignotos seres lentos y negros,
forman un hormigueo horrible en estas sombras.
La vieja hidra caos repta entre los descombros.
Pueden verse animales en cuclillas, comiendo;
hace el rosado moho de escamas plateadas
relucir sus mosaicos en el barrizal negro.
El olor de este sitio ahuyentaría a un estoico,
el suelo se va hundiendo en huecos pestilentes,
se ve por todos lados volar los murciélagos
como, entre las flores, retozan las palomas.
Parece que se oye en estas catacumbas
gruñir entre la bruma a la tarasca Átropos;
en la noche el pie toca a los sapos viscosos;
el agua llora; a veces una escalera lívida
en el vacío hunde sus lúgubres peldaños.
Todo es fétido, informe, abyecto y horroroso.

El osario, el cadalso, el río, el lavadero,
los perfumes de Persia enranciados en frascos,
el lavabo vacío de cortesanas pálidas,
el agua lustral al pie de dioses mentirosos,
la sangre de los mártires y de los gladiadores,
los festines y crímenes, las lujurias osadas,
el caldero volcado de las negras Canidias,
lo que por el camino Trimalción vomitó,
son los vicios de Roma, cloaca del imperio,
que, como en una criba, rezuman por la bóveda,
y el universo inmundo se filtra gota a gota.
Allá arriba se vive, con carmín en los labios,
con la hiedra en la frente y la copa en la mano,
el pueblo con las flores tapa su llaga impura,
y canta; y aquí abajo la úlcera supura.
Aquí está la cloaca, horrible, vil, helada,
y Roma toda entera con todo su pasado,
alegre, soberana, esclava, criminal,
se corrompe en el fango de esta ciénaga eterna.
Es de la nada inmensa el oscuro hontanar;
todas las inmundicias van a este abismo abierto;
la vieja que suspira y gruñe cabeceando
vacía en él su cesto, y el mundo y el imperio.
El horror colma este antro, infame visión.
Todas las impurezas de la creación
acaban encallando en esta negra orilla.
Al fondo se vislumbra en una sombra, falta
de un reflejo de luz, de un hálito de viento,
Algo que vivió antaño, ahora espeluznante,
mandíbulas, entrañas, ojos y corazones,
esqueletos que forman manchas en las murallas;
más cerca es imposible desviar la mirada
de este montón siniestro, en el légamo hundido,
vertido por un hueco que los borrachos temen,
sin poder distinguir si esas carroñas lúgubres
aún conservan su forma visible en sus despojos,
si son restos de perros o césares podridos.

                                                             Jersey, abril de 1853

Victor Hugo, incluido en Antología de la poesía romántica francesa (Ediciones Cátedra, Madrid, 2000, ed. de Rosa de Diego, trad. de Pilar Andrade).

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