miércoles, 25 de mayo de 2016

Poema del día: "Amelia", de Néstor Perlongher (Argentina, 1949-1992)

Y la que vio caer al novio con el frenillo ensangrentado, el glande: quisiera que reapareciera: el glande, ese frenillo de color marrón, como de chocolate, que tascara: el estribo — de aquellas tempestades — y por ello, se disfraza de madre — y sale a los balcones — en el balcón terraza, junto al porch — con un solero antiguo, y un bretel, estirado en la mata; y los increpa: que reaparezca o vuelva, que retorne — siempre esas confusiones — de la vuelta — en la huerta, el hortelano cava las fosas, y la azada, puntea: en la marmórea hialinidad del témpano: esa concupiscencia, esa complicidad glacial, artística: el cuello, el ñno cuello, ante sus zarpas, se fue, por los jardines, y le pides que vuelva — por lo menos que manden su cadáver, envuelto en un jubón de percalina (arpillera o brocato) / o sea que venga muerto caminando y se pare ante ti y te diga: chúpala — con la banalidad que da la militancia — militancia de báñalos y ojillos, de floretes y coxas: transplatina, azuzabas la inhiesta — era la hirsuta suegra que desde unas coronas — o unas calas — movía la manivela del tatuaje: alambres y rituales, y poetisas lloronas en el vano, la puerta, al entreabrirse, por un golpe de viento, por un flato, dejaba ver la bota, el chiripá: en esos bailes — pilla — de salón, trotas y marchas, tolerada, por una tolerancia del lenguaje, o sea, que esté de nuevo ahí, en ese sillón, de florcitas inglesas, y alistada, en la mamosa tropa, lo asilaras: en esas embajadas de la caña — y el templo del Oviedo. En medio de ese ritmo de pavanas — paraván — pavoneas, en el cruce del clásico, que vuelva, que sea él mismo y no otro, que no trolo — y dado por el cable, que se enganchaba por atrás, el nombre — ni brisco, sino que lo devuelvan enterito, con su ferocidad de caracol babeante y fijo, fijeza de la horqueta, jugaban al ahorcado en las mesas — colombianas — de una bar: y de repente — penis!— le piden que-se-identifique: y él dice: soy eslava, llamen al cónsul húngaro, pero éstos eran búlgaros, no albanos. y así se lo llevaron —prendido a unas caronas — y a lo sumo que me den las maneas que

han hecho con su barba — de unitario, eso, por cajetilla, y aquesto, por judío, banal, banal la pinta de su glande, no era otra la excusa de ese pólder donde te embalsabas, como una vieja austríaca, de vueltas al florero, a la metralla, recuerda, enjuta, sus filosas nalgas: ahí le clavetearon — eso es lo que se tapia, y pululas, hecha una madre ebria, en esas listas, de presos y de muertos, escapada.

Néstor Perlongher en Alambres (1987), incluido en Rivales dorados (Antología) (Varasek Ediciones, Madrid, 2015, ed. de Roberto Echavarren).

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