martes, 24 de abril de 2012

Lecturas: 'Fábula', de Benito del Pliego (España, 1970)

Benito del Pliego siempre da una gran importancia a la participación del lector o lectora en la poesía, formando parte, al leer, del hecho creativo del poemario, en un acto de comunicación horizontal. Si nos fijamos, gran parte de la poesía está escrita en vertical: el poeta escribe y el lector o lectora asiente o se identifica (e, incluso, en el peor de los casos, dice “qué bonito”).
   Pues bien, en su poemario Fábula (Aristas Martínez Ediciones, Badajoz, 2012, il. de Pedro Núñez) ha llevado esa premisa aún más lejos que en anteriores propuestas. Para empezar, la parte principal del libro, del mismo título, puede leerse de diferentes maneras: la habitual, siguiendo linealmente poema a poema, o bien optando por el índice de ilustraciones creadas por Pedro Núñez, quien ya colaboró con Benito del Pliego en el poemario Índice. También podemos comenzar a leer desde el final, pues al llegar a él descubrimos que si hubiésemos dado la vuelta al tomo estaríamos ante un libro diferente titulado La voz del oído.
   Antes de adentrarme en el contenido del libro me gustaría destacar la magnífica labor de edición realizada por Aristas Martínez Ediciones, con un volumen en tapa dura, con relieves, y en el interior una muy cuidada impresión de los textos e imágenes, con una gran calidad en el papel. Es difícil encontrar editoriales que hagan apuestas tan claras por sus autores, editando libros de tantísima calidad en los que, seguro, se ha hecho una gran inversión económica.
   La relación directa del poemario con la naturaleza la encontramos ya en la cita del poeta francés del siglo XIX Gerard de Nerval que lo encabeza (leyendo desde Fábula). Relación que se extiende a algunos objetos que se van colando entre los diferentes animales, insectos y plantas que Del Pliego nos muestra. Se trata de un conjunto de bellas construcciones lingüísticas en las que el yo poético se coloca en la piel del animal, insecto, planta u objeto para hacer un giro que nos llevará hasta nuestra propia existencia. Por otro lado, cada imagen incorporada al poema, en su abstracción, nos sugiere el origen del poema, o la relación que establece el autor entre la palabra y la vida.
   Poemas sencillos, concisos, pero con un amplísimo vocabulario, en donde cada palabra está perfectamente utilizada en función de su significado, simbolismo, sonoridad o posición dentro del texto. El autor utiliza la prosa como recurso poético, una elección con mucha intención ya que, si sumamos a esta técnica las temáticas, la brevedad, los títulos de cada poema..., tendremos como resultado, en un nuevo giro del libro, el título: Fábula.
   Ese es el sabor de este libro, el de un género literario poco apreciado o usado hoy en día pero igual de sugerente que antaño y tal vez más oriental que occidental, lo que no deja de acercarnos a cierta idea de la actualidad si damos por buena la hipótesis de que la cultura occidental, anquilosada, pragmática y economicista, está en pleno declive frente a la potencia primaveral que nos llega de “oriente”.
   Otro de los elementos del libro es cierto regusto sentencioso o reflexivo de cada una de las fábulas que nos hace recordar a un pequeño Buda que nos encontrásemos en medio del camino, o a un oráculo escondido en una cueva, lejos siempre de la civilización frenética y ciega. También las palabras 'paradoja' o 'proverbio' servirían para hablar de este nuevo libro del poeta madrileño afincado en Estados Unidos.
   Cada uno de los poemas está lleno de vida, es una invitación a vivir; abundan en ellos los verbos que denotan acción o movimiento, la mayoría con la viva sonoridad del infinitivo. Y como todo en el libro camina en la misma dirección, las imágenes de Pedro Núñez nos insinúan, desde su ser aparentemente estático, esa misma idea de movimiento, de vida.
   Al final del libro nos encontramos, como ya avanzaba, otro poemario titulado La voz del oído, que podría ser, perfectamente, comienzo, con su propio título, con sus propias imágenes de Pedro Núñez, con dedicatorias y citas diferentes. Esta parte es, definitivamente, un oráculo lleno de respuestas que desean encontrar sus preguntas. La implicación de las imágenes aumenta, al punto de ser estas y no un número de página la que nos indica la posición que cada poema ocupa en el libro.
   Sin duda, Benito del Pliego es para mí un poeta de referencia con el que aprender y disfrutar, con el que comparto inquietudes filosóficas y, por qué no, espirituales, o sea, también, poéticas.

Francisco Cenamor

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